domingo, 21 de febrero de 2010

Escribir, según Juan José Millás

"13.15. Todos los tripulantes de los compartimentos sexto, séptimo y octavo pasaron al noveno. Hay 23 personas aquí. Tomamos esta decisión como consecuencia del accidente. Ninguno de nosotros puede subir a la superficie. Escribo a ciegas". Estas palabras, escritas por un oficial del Kursk en un pedazo de papel, tienen la turbadora exactitud que pedimos a un texto literario. El autor está rodeado de bocas que exhalan un pánico que ni siquiera nombra. Él mismo debe de encontrarse al borde de la desesperación, pero no tiene tiempo ni papel para recrearse en la suerte. Ha de hacer, pues, una selección rigurosa de los materiales narrativos, y el resultado es esa obra maestra en la que, sin embargo, sólo cuenta aquello a lo que se puede asignar un número: la hora y la cantidad de hombres. En situaciones extremas, la literatura sale a presión, como por la grieta de una tubería reventada. El documento del oficial del Kursk es bueno porque es necesario. Mientras la muerte trepaba por sus piernas, ese hombre se entregó con fría vehemencia a la literatura. Y de qué modo.

Naturalmente, lo que no dice ocupa más de lo que dice, pero lo ausente ha de aportarlo el lector, que es tan responsable de lo que lee como el escritor de lo que escribe. Sería absurdo comenzar una novela afirmando de un frutero que es bípedo. El lector tiene la obligación de saber que los fruteros son bípedos y que están dotados de cuatro extremidades con cinco dedos en cada una de ellas. Sin estos sobreentendidos primordiales, la escritura resultaría imposible.

Lo curioso es que un billete con cuatro líneas aparecido en el bolsillo de un cadáver responda de súbito a la vieja pregunta de para qué sirve la literatura. Sirve para contarlo. Todos aquellos que aspiran a escribir deberían recitar el texto del Kursk como una oración. Ser escritor, al menos cierto tipo de escritor, significa vivir rodeado de pánico percibiendo a tu alrededor bultos que pasan de un compartimento a otro con los calcetines mojados. Y tú eres uno de esos bultos: aquel que, por encima o por debajo del miedo, está poseído por la necesidad de contarlo, aunque las posibilidades de que alguien lo lea sean muy escasas. Escribo a ciegas.


Publicado en el diario El País el 03/11/00

9 comentarios:

M.A dijo...

Qué bueno, Ricardo.
Te felicito. Una lección importante.
Me lo voy a leer otra vez.

Millás es uno de los escritores que más me gustan; ha conseguido desprenderse de esa soberbia de escritor que necesita presumir, para dedicarse a contar historias manejando las herramientas de forma sencilla, certera y con clase (algo de lo que carecen la mayoría de los que se mueven en estos lares).
Un abrazo
Merce

María José Moreno dijo...

Hola Ricardo. LO prometido es deuda. Te dije que buscaría tu blog y aqui estoy. Encantada de compartir contifo un almuerzo, espero que sigamos compartiendo palabras. El taller fue genial. Ahora a ponerlo en practica.
Un beso

Beatriz dijo...

Buen texto de Millás, Apreciaciones acertadas para el dificil y sin embargo gratificante oficio de escribir.
Leerlo es siempre sacar conclusiones para el aprendizaje.

Un saludo

Lala dijo...

Es como un truco de magia: uno lee lo que está escrito, y se reproducen luego todas las historias invisibles!
:D


Un besito desde el recreo


Lala

Diana H. dijo...

Maravillosa, clara y precisa síntesis de lo que escribir supone. Necesaria si uno tiene intenciones, al menos, de producir algo que apunte a ser literatura.
Una vez comprendido este concepto, uno toma más conciencia de lo difícil que es escribir. Y empieza a aceptar que todo lo que haga serán intentos por llegar a eso. Intentos que a veces serán un poco más exitosos, si el esfuerzo y la suerte se dan juntos. Mientras tanto, los que amamos este camino seguimos en marcha, esperando que ocurra el milagro, atraídos inevitablemente por la magia del recorrido.
Un beso muy grande.

ALEX B. dijo...

Estoy deseando leer tu propio comentario Ricardo, porque parece un juego de muñecas rusas.El primer texto, el del oficial del Kurst, transmite una emoción intensa,apenas con unos números,claro que quizá el efecto se produce porque nosotros ya conocemos el desenlace de la catástrofe, algo que el empieza a intuir él,con ese "escribo a ciegas".El texto queda recogido, abrazado , o contenido por el de Millás , que sobre todo al principio y al final envuelve al primero.
Sucesivos zooms.
Besos

Anónimo dijo...

Muy bueno. Como dice Alex, ahora falta tu comentario. Escribir...ufff...yo me identifico con la tubería.
Un beso

lopillas dijo...

El que no cultiva la técnica de escribir pero se comunica qué sería? un expresador? (en el diccionario de la RAE no está recogido)
Disfruto, como espectadora-lectora, la pasión que poneis los escritores en la palabra, como desmenuzais un todo. Es admirable. También es cierto que a veces el sentido de lo escrito se me escapa, supongo que por ignorancia de las reglas literarias. ¿Y no es eso mismo un contrasentido? El fin del escritor es contarlo, dice Millás pero es que además él lo comunica, que creo es lo más difícil.
También espero tu comentario :)

Un besote, Ricardo

pepa mas gisbert dijo...

La poesía de la urgencia.

Un abrazo