Este libro es una venganza. De Mario Vargas Llosa hacia su padre. Ese hombre que lo abandonó antes de nacer y que volvió diez años después imponiendo unas ideas en las que no cabía la vocación literaria de su hijo. Según él, Marito tenía que convertirse en un “hombre”, así que lo internó en un colegio militar entre los años 1950 y 1952, para corregirlo, porque consideraba que podía burlarse de los curas, pero no de los militares. Ellos, pensaba, le quitarían las ganas de dedicarse a la literatura. No pudo estar más equivocado. Mario Vargas Llosa aprovechó esa traumática experiencia como fuente de inspiración para su primera novela: La ciudad y los perros, y con ella consumó doblemente la venganza: dándose a conocer internacionalmente como escritor, y además denunciando aquellas ideas en las que tanto creía su padre y que en la práctica, en el colegio militar, demostraban ser machistas, brutales y cobardes, hasta el punto de servir para ocultar un posible asesinato.
El alter ego de Vargas Llosa en la novela es el cadete Alberto Fernández Temple, el personaje a través del que nos describe su querido barrio Diego Ferré, las amistades que allí hizo y sus primeros enamoramientos. También la situación de sus padres… Incluso la anécdota de que vendía cartas de amor a otros cadetes para que estos se las enviaran a sus novias. Por este motivo, en el libro, al cadete Alberto le apodan “el Poeta”.
En cambio poca poesía hay a mi parecer en La ciudad y los perros. El estilo y la técnica narrativa, o la antitécnica más bien, son muy confusos. Hay diferentes narradores y múltiples focos narrativos, saltos en el tiempo y superposiciones de planos espacio-temporales, sin introducciones ni explicaciones aclaratorias, monólogos interiores y localismos, textos fragmentados… Da la sensación de que el autor no se preocupa por el lector, que va a lo suyo, que se trata de un escritor sumamente egoísta. O que busca ser efectista, llamar la atención, y vaya si lo consiguió, en España por ejemplo obtuvo el Premio de la Crítica.
Gana en interés a mitad del libro cuando la historia adquiere tintes de novela negra. Entonces uno tiene el impulso de saltarse párrafos para saber qué va a pasar. Pero las señales son falsas, hacen entrar al lector en un laberinto de preguntas sin respuestas. De nuevo el autor juega a la confusión, quizás para que la intriga no finalice acabado el libro y se generen debates inagotables por ser de imposible solución. En tal caso, volvió a salirle muy bien la jugada, pero en mi pueblo a eso se le llama hacer trampas.
A continuación aviso de que voy a mencionar desenlaces del argumento, y es que aunque no exista una conclusión absoluta, para mí la menos inconsistente sería una que afirmara que el personaje de “el Jaguar”, de quien no se sabe su amor por Teresa hasta el final, mata a “el Esclavo” por celos. He querido dejarla apuntada puesto que, para mi sorpresa, no aparece este posible móvil en los estudios sobre el libro a los que he tenido alcance.
Y por último, y hago extensivo el aviso del anterior párrafo a este, una característica significativa de la novela y que a mi modo de ver también contribuyó a su éxito, por ser altamente provocadora, es su esencia amoral. En La ciudad y los perros el “héroe”, el que se sale con la suya, es un asesino, un ladrón y un mentiroso.
El alter ego de Vargas Llosa en la novela es el cadete Alberto Fernández Temple, el personaje a través del que nos describe su querido barrio Diego Ferré, las amistades que allí hizo y sus primeros enamoramientos. También la situación de sus padres… Incluso la anécdota de que vendía cartas de amor a otros cadetes para que estos se las enviaran a sus novias. Por este motivo, en el libro, al cadete Alberto le apodan “el Poeta”.
En cambio poca poesía hay a mi parecer en La ciudad y los perros. El estilo y la técnica narrativa, o la antitécnica más bien, son muy confusos. Hay diferentes narradores y múltiples focos narrativos, saltos en el tiempo y superposiciones de planos espacio-temporales, sin introducciones ni explicaciones aclaratorias, monólogos interiores y localismos, textos fragmentados… Da la sensación de que el autor no se preocupa por el lector, que va a lo suyo, que se trata de un escritor sumamente egoísta. O que busca ser efectista, llamar la atención, y vaya si lo consiguió, en España por ejemplo obtuvo el Premio de la Crítica.
Gana en interés a mitad del libro cuando la historia adquiere tintes de novela negra. Entonces uno tiene el impulso de saltarse párrafos para saber qué va a pasar. Pero las señales son falsas, hacen entrar al lector en un laberinto de preguntas sin respuestas. De nuevo el autor juega a la confusión, quizás para que la intriga no finalice acabado el libro y se generen debates inagotables por ser de imposible solución. En tal caso, volvió a salirle muy bien la jugada, pero en mi pueblo a eso se le llama hacer trampas.
A continuación aviso de que voy a mencionar desenlaces del argumento, y es que aunque no exista una conclusión absoluta, para mí la menos inconsistente sería una que afirmara que el personaje de “el Jaguar”, de quien no se sabe su amor por Teresa hasta el final, mata a “el Esclavo” por celos. He querido dejarla apuntada puesto que, para mi sorpresa, no aparece este posible móvil en los estudios sobre el libro a los que he tenido alcance.
Y por último, y hago extensivo el aviso del anterior párrafo a este, una característica significativa de la novela y que a mi modo de ver también contribuyó a su éxito, por ser altamente provocadora, es su esencia amoral. En La ciudad y los perros el “héroe”, el que se sale con la suya, es un asesino, un ladrón y un mentiroso.
© Ricardo Guadalupe