lunes, 20 de septiembre de 2010

Caras en las paredes

...Me pesa todo el cuerpo. Me siento hundido en esta cama, como si de mí hubieran salido raíces que me aferraran al colchón. No reconozco esta habitación. Pero debo llevar ya un rato mirando esa pared que tengo enfrente. Es blanca y lisa. ¡Lisa! Aquel día en aquella casa vacía, con aquella mujer, yo estaba muy enfadado, quería hacer algo en las paredes, rasparlas y quitarles todos esos granitos que tenían. María, se llamaba María, creo. Seguro que sí, tenía que llamarse así. ¿O era Rosa? ¡Oh!, mi cabeza. Vamos mano, alivia mi cabeza. Eso es, ya estás a medio camino. Trata de no temblar tanto. Se está escurriendo de uno de tus dedos algo, va a caer justo encima de mi cara. Uf, casi. Sólo ha rozado un poco el lóbulo de mi oreja. Lo observo de reojo mientras el saquito de huesos deformados y uñas amarillas sujeto por mi muñeca aterriza finalmente sobre mi calva. Sigo observándolo cuando después de caer a mi almohada rueda hasta precipitarse al suelo. Allí se cuela debajo de una mesilla que sirve de apoyo a una bandeja con comida. Continúa iniciando el dibujo de una espiral a través de las patas de una silla ocupada por una montaña de toallas dobladas. Y es ahora cuando recuerdo que esa especie de canica agujereada fue a parar a mi dedo de manos de aquella mujer, delante de mucha gente. Y que efectivamente su nombre era María, igual que Rosa era el de nuestra hija. A la que criamos en aquella casa de paredes raspadas.
...Un sonido metálico interrumpe mi pensamiento. El objeto rodante chocó contra algo parecido a un casco puesto del revés, que está lleno de líquido amarillo. Mis ojos se cierran, acunados por el contacto con el rastrillo en el que se ha convertido mi mano, cuyos dedos encuentran aquí y allá algún pelo ondulado, últimas pistas de lo que pudo ser mi cabello.
...Mis párpados se mantienen cerrados, pero me empiezo a sentir más despierto. Un aire fresco hincha mis pulmones sin que rompa a toser. Abro los ojos y miro alrededor. Estoy en un parque, abrazado a mi madre contra su pecho, que hunde sus dedos en mi pelo en busca de mi último chichón. Después se inclina y saca de la bolsa la dichosa chichonera. A mí no me gusta, así que elijo salir corriendo y asustar a unas palomas que se han juntado delante de una vieja fea que les está dando migas de pan. Intento cogerlas a saltos cuando salen volando. La vieja me dice algo con una boca sin dientes, como los teleñecos. Me burlo de ella y sigo corriendo. Oigo a mi madre detrás de mí y decido echarle una carrera. Me parece muy divertido, a pesar de que dé pequeños traspiés por culpa de los cordones desatados de una de mis zapatillas. Veo a lo lejos un niño mayor con una bici muy chula al otro lado de la carretera. Me voy hacia allá moviéndome cada vez más deprisa. Comienzo a sentir unos dolores en la tripa y en el pecho. Me falta el aire.
...Me despierto con un sudor gélido. Mi cuerpo está rígido y agitado como si recibiera latigazos. No controlo la respiración. Mi vista no encuentra a nadie alrededor. Y mi boca es incapaz de vocalizar las palabras que le pide mi cabeza, limitándose a emitir sonidos bañados en babas. Tengo ya la mirada fija, dicen que es lo último que se pierde antes de morir. Tengo miedo, terror. Veo la pared blanca y lisa, y sus manchas que parecen formar caras. Caras de personas que me resultan familiares. Caras de personas que necesito ahora, desesperadamente. Alguien, rápido. No quiero estar solo. Lloro en la tristeza más profunda. ¡Mamá! ¡Mamá!
...A mi izquierda aparece una mujer vestida de blanco. María, ¿eres tú? Se sienta encima de la cama y coge mi mano entre las suyas. Su presencia aplaca mi angustia. María, siempre María, pienso, consciente de que los golpes de aire que llegan a mis pulmones son cada vez más cortos y distantes entre sí. Su rostro borroso me acompaña muy cerca. María, tú has dado sentido a mi vida, aunque no lo recuerde. Confío en ti.


© Ricardo Guadalupe

5 comentarios:

Ella dijo...

Que lindo relato,pasa el tiempo y nos deja lo que nos deja,a veces lo recordamos, a veces no.
Tiempo y mentes que fácil parece retener todas nuestras experiencias en este momento, en este tiempo en nuestras mentes...Cuidate Ricardo enhorabuena por el relato.

Anónimo dijo...

Siempre encontraremos rostros en todas partes: los que llenan nuestra vida de recuerdos y los que nos hacen sentir.

Me ha gustado mucho. :)

Sentía mucha angustia al principio, pero, terminé con un suspiro de alivio.

Besos y éxito.

Anónimo dijo...

Pues yo no he sentido alivio al final. Me da miedo de María... mira que se vuelve una desconfiada.
Muy bueno y angustioso!!
Besos

Ricardo Guadalupe dijo...

Nació de un sueño muy real en el que sentí que me moría. Pero lo peor de todo es que lo hacía en soledad. Únicamente al final alguien aparecía y cogía mi mano aliviando así mi agonía.

En esos momentos lo más importante para mí era estar acompañado y sentir el calor humano. Quien apareció fue seguramente una enfermera, nadie conocido. Sin embargo, en pleno delirio, rebusqué entre mis debilitados recuerdos y decidí dar a ese rostro borroso el nombre de una persona querida. Lástima de que a día de hoy aún no sepa de quién se trata y de si llevará ese nombre.

Gracias por darme la mano con vuestros comentarios.

Mariluz GH dijo...

Podría ser, perfectamente, un relato sobre el alzheimer... muy bueno

abrazos :)