lunes, 27 de septiembre de 2010

Un día cualquiera

...Allí estoy, junto al párroco, esperando con un traje nuevo a la novia. Repican las campanas y veo los cogotes de todos mis parientes, que dirigen sus miradas hacia la puerta de la iglesia. Por fin aparece Elvira. Pero su vestido no es blanco, sino negro, y un velo fúnebre le cubre el rostro. Sus manos estrangulan un matojo de flores muertas, y a cada paso suyo doblan las campanas, como si toda ella fuera el badajo que hace retemblar la iglesia, cada vez con más saña.
...—¡Beltrán, despierta ya! ¡Es que no lo oyes! —me grita el párroco.
...—¡Son los cañonazos! Tal como nos temíamos —insiste el párroco, que a mis ojos recién abiertos se ha transformado en un miliciano envuelto en una chamarra roída. También ha cambiado el tañido de las campanas, convertido ahora en grandes detonaciones.
...—Bueeeeno, vaaa —bostezo, mientras alargo el brazo rutinariamente hacia la Schnneider 75. Ni a “Romy”, como llamo a mi fusil, ni a mí nos sorprenden unos bombazos más de lo que lo harían unos cuantos trombonazos desafinados de la banda del pueblo.
...—No lo entiendes, ¿verdad? —me dice primero, soltándome después unas palabras que me van a hacer difícil que vuelva a soñar—: Lanzan cañonazos al aire. La guerra ha acabado.
...Luego me quita a Romy de las manos para llevarla a un camión, donde yacen amontonadas Marilyn, Gina, Sofía y otras, que serán entregadas a las otras manos, las mismas que les cambiarán de nombre. Me quedo en la tienda de campaña. Busco con la mirada qué puedo llevarme encima. Afuera decenas de sombras no cesan de reflejarse en la lona. Una lata de lentejas y la bayoneta, reconvertida en abrelatas, es lo primero que meto en el macuto. Por último lo aseguro con un nudo y relleno las botas de papeles preparando mis pies desnudos para el camino. Al subir la cremallera de la tienda quedo con el hombro a la altura de mi cara. Los galones me rozan el pómulo derecho. Los agarro con la zurda y hago el intento de tirar. Pero ahí los dejo, prendidos al uniforme con el que salgo deslumbrado por el sol. Me uno a un rumor lento de gorras añiles, cuyo cauce son las trincheras que serpentean hasta el final del campamento. Delante de mí el sargento Marquínez tropieza con su única pierna en alguno de los utensilios abandonados. Le incorporo y acomodo su brazo izquierdo alrededor de mi cuello.
...—No sería mucho peor quedarme aquí —se queja.
...—Te espera tu mujer.
...—No, ya no.
...—Hay buques en la costa que esperan para llevarnos a países amigos con playas del otro lado del océano —le animo.
...—¿Y qué hago yo en la playa, si no puedo nadar?
...—Ser masajeado por mulatas mientras tomas el sol sobre la arena —dice una voz que llega desde atrás. Se trata de Willy, que engancha con nosotros y rodea su cabeza con el otro brazo del sargento.
...De este modo llegamos al final de la zanja, desde la que el sargento insiste en auparse sin ayuda. Y a fe que lo consigue. Una vez arriba, algo, mitad horror, mitad nostalgia, me dice que tengo que retener en la memoria este momento, y echo un último vistazo atrás. Bajo las explosiones en el cielo que a modo de fuegos artificiales son provocadas por los marrones, un cadáver mantenido erguido por una alambrada me echa una mirada fija con gesto desencajado. No le devuelvo la mirada. No sé qué decirle. Así que reanudo la marcha con mis compañeros hacia la carretera. Allí distingo a Nando. Hacía días que no le veía. Avanza con su cuerpo encorvado, descalzo sobre la tórrida calzada.
...—¡Nando! —le llamo.
...Levanta la cabeza y espera. Según me acerco, veo más claramente las cuencas de sus ojos, convertidas en dos guas con sendas canicas.
...—¡Beltrán! —me abraza. Y nosotros, enlazados como estamos, le rodeamos con un gran abrazo. Su fragilidad física precipita unas lágrimas secas, sin caudal ni para llegar a los carrillos. El claxon de un camión nos hace a un lado de la carretera. Aprovechamos la estela libre que deja para seguir marchando.
...—Yo cruzaré la frontera —comienza Willy—. Allí siguen necesitando gente que luche por la libertad.
...—Sí, además ofrecen acopio de provisiones por alistarte —añade Nando.
...—Entonces, ¿irás también? —pregunta el sargento.
...—No, yo… Dicen que hay una estación de ferrocarril a dos horas andando.
...—¿Y qué tren cogerás?
...Nando agacha la cabeza, y se la rasca, quedándose entre sus uñas algunos pelos.
...—¡Cuidado, otro camión! —aviso—. Y esta vez viene de frente.
...El camión se aproxima cadenciosamente a contracorriente, con la parte trasera al descubierto. A sus lados se asoma su carga; cabezas vendadas y piernas escayoladas.
...—¿¡Demonios, a dónde vais!? —es Willy, que se ha separado y plantado delante del camión.
...—Al Hospital Militar de Orcayo —responde el conductor.
...—¡Pero eso es entregarse! ¡Es ir directo a un campo de concentración!
...—Míranos, ¿nos ves con muchas posibilidades de huir?
...—No muy lejos hay una estación de tren.
...—De allí venimos. Cientos de compañeros atestan andenes y vías. Y no pasa ningún tren.
...Willy aprieta los dientes, se retira impotente y les hace señas para que continúen.
...—Esperad —la voz del sargento frena al camión—. Ayudadme a subir.
...—Pero sargento…
...—Por lo que a mí respecta, sigo siendo su superior. Así que acaten la orden.
...Varios brazos con manos abiertas salen del final del camión. Con nuestra ayuda lo agarran y lo engullen. Pronto se va haciendo cada vez más pequeño en la distancia.
...Nos hemos quedado los tres enlazados. Ahora nos apoyamos los unos a los otros. Finalmente, cogemos los macutos, portándolos de nuevo dirección sur.
...Tras mil pasos de silencio, pasamos cerca de un pueblo. De él han salido decenas de mujeres buscando entre nuestros rostros.
...—¿Le has visto? —me interroga una señora poniéndome una foto a un palmo de mi cara.
...Ante el balanceo de mi cabeza se mesa los cabellos y repite lo mismo a Nando. Luego se queda atrás, haciéndose trizas las uñas con los dientes.
...Cayó la tarde y cada vez más personas engordan el gusano de éxodo que formamos. A mi derecha una muchacha con un pañuelo anudado a la cabeza carga a la espalda una sábana que a juzgar por el estruendo debe estar llena de cacharros. Con la mano libre contempla una fotografía algo gastada.
...—¿Familia? —me intereso.
...—Mi padre. Me está esperando escondido en un refugio en el bosque. Sabía que no podría entrar en el pueblo.
...—¿Por qué?
...—Han tomado pueblos y ciudades empapelándolos de bandos en los que exigen entregar a todos aquellos pertenecientes al ejército azul.
...—¿Sabes si han llegado a Trente? Mi familia es de allí.
...—No lo sé.
...—¿Qué familia tienes? —me pregunta Nando.
...—Padre, madre y, bueno, hermano.
...—Explica eso.
...Saco de la camisa un recuerdo en blanco y negro.
...—Este es Sebas. Antes de que cayera en manos de ellos.
...—¿Le hicieron prisionero?
...—No, se enroló en sus filas.
...—¡Un traidor!, perdón —se retracta Willy.
...—Prefiero no hablar de ello.
...—Está anocheciendo, metámonos en el bosque —concluye Willy.
...—Mejor por aquí, en esta dirección está el refugio del que os hablé —aconseja la joven.
...Vamos adentrándonos en la arboleda, apagándose paulatinamente el murmullo de lamentos y pisadas.
...El refugio está en un claro. Hay una luz en su interior. Saco la lata de lentejas para compartirla una vez dentro.
...—¡Alto! —nos gritan al entrar en el claro.
...Deslumbrados por luces de linternas llegamos a distinguir unos uniformes marrones. De dentro del refugio sale un oficial.
...—¡Capitán! ¡Esperamos órdenes!
...—Forme pelotón de fusilamiento —ordena, masticando un mondadientes en la boca.
...Somos empujados por bayonetas hacia la pared del refugio, sin otra reacción que soltar macutos, sábana y lata. Todo ocurre muy rápido. El miedo humedece mi pantalón.
...—¡Capitán! Uno de ellos es de los nuestros —suena una voz cuando ya esperábamos otro sonido—. He reconocido al de la derecha. Es un infiltrado de los nuestros en sus filas.
...Siento las miradas de mis compañeros sobre mí. El de la derecha soy yo. Pero hay algo que ellos no saben. Esa voz me resulta familiar. Esa voz es de mi hermano.
...—Está bien, tú, demuéstranos tu lealtad. ¡Canta el himno! —sentencia el capitán.
...Ahora sólo se escucha nuestra agitada respiración. Giro la cabeza hacia mis compañeros y los contemplo, al mismo tiempo que pienso en Elvira y en el sueño, y recuerdo cómo le va a quedar el velo fúnebre.


© Ricardo Guadalupe

5 comentarios:

Anónimo dijo...

La acción del relato me gusta: depende mucho de la presión de los personajes y le da vida.

Por cierto, en comentarios anteriores te he preguntado de la continuación de "La regeneración de Dios", ¿qué ha pasado?

Besos y mucho éxito. :)

Anónimo dijo...

Me ha parecido uno de los mejores textos que te he leído. Me ha sumergido totalmente en la situación, me han cautivado las escenas y casi he olvidado que estaba en tu blog.
Enhorabuena,de verdad.

Un abrazo

José R. González dijo...

Consigues situar al lector en plena acción del relato :) enhorabuena. Un saludo

Ricardo Guadalupe dijo...

El relato podría corresponder a cualquier guerra, cualquier país, cualquier día.

Gracias por vuestros ánimos, me enchufan energía de millones de voltios.

En cuanto a ti, José, sé bienvenido, espero que sigamos leyéndonos.

Mariluz GH dijo...

No esperaba el final. Y tienes razón, la escena podría ser de cualquier guerra de cualquier país... todos somos iguales en eso... no tenemos remedio
muy bien trabajada, Ricardo

abrazos