lunes, 7 de abril de 2014

Leyendo "Céline" de Philippe Sollers

“¡La emoción es todo en la Vida!”. “¡Encuentren el pálpito, carajo!”. Es la voz del gran Louis-Ferdinand Céline, citado por Philippe Sollers en un libro dedicado a su vida y su obra. Dice Sollers de Céline que era la excitabilidad en cada momento, abría otro relato del viaje humano y podía empezar en cualquier lado. En palabras del propio Céline: “El maníaco de una especie de manera de pensar en la que sólo el Tiempo cuenta…, el del minuto que pasa, el instante, y se terminó. Yo soy instantaneísta. La restitución emotiva del segundo, nada más”.

Todo un ejemplo de vitalidad, alguien que opinaba lo siguiente: “el más sutil y pérfido de los pecados: el de omisión”. Tanto es así que su editor, Gastón Gallimard, le escribió en cierta ocasión: “Usted siempre tiene 18 años”. Y no le faltaba razón. Precisamente a Gallimard dirigió una carta con 67 años en la que exclamaba: “No tengo ni un minuto que perder, quiero pasar el mojón nº 70 en pleno esfuerzo, como una tromba”. Estamos a 30 de junio de 1961, en la carta le anunciaba que había terminado la novela Rigodón. Al día siguiente estaba muerto.

Retrotraigámonos tres décadas atrás, Céline había trabajado durante cinco años en una enorme novela registrada con el número 6.127 en las ediciones de la N.R.F. Su comité de lectura juzgaría el manuscrito el 24 de junio de 1932 de este modo: “Novela comunista que contiene episodios de guerra muy bien contados. Escrito en francés argótico un poco exasperante, pero en general con mucha elocuencia. Habría que podarlo”. Se iba a publicar posiblemente la mejor novela de todos los tiempos: Viaje al fin de la noche.

“Más que de una verdadera novela se trata de una sinfonía literaria emotiva”, declararía Céline. Sollers añade: se trata de visiones prodigiosas del mundo alimentadas por un estilo que puede parecer paranoico, megalómano, ego-maníaco, monomaníaco, como quieran. Las visiones van sobre el terreno, se ensucia las manos, corre riesgo de contaminación y delirio. Para Céline “vivir en un mundo de descubrimientos es ver la noche”.

Y su forma es pasional. “Cuando alguien me lee en voz baja, hay que tener la impresión de que nos está leyendo el texto en voz alta y en plena cara, en nuestra propia cara, es un truco”. Así es como funciona la escritura de Céline. “Las palabras no son nada si no son notas de una música del tronco”. “Todo se hace música en mi cabeza, arranco bailando y haciendo música”. Luego define la función creadora de su “molino de oraciones” interno en el sentido más orgánico: “Soy el Padre Esperma”.

Sollers nos recuerda que Céline era completamente sincero cuando decía que su estilo lo sacó del music-hall, del cabaret, cuando decía que fue a buscar en la canción, en lo que se llamaba el burlesco. Nos sitúa el estilo del autor de Viaje al fin de la noche en las antípodas de la poetización intensiva. Lo ubica en la canción de gesta, en el significado más heroico del término, la gesta, porque reivindica escribir en una lengua viva. Y afirma que esa es la principal transgresión de Céline, haber renovado en directo tanto la novela como el lenguaje. Sobre la base de una serie de escritores clásicos, el cimiento de su lengua: la marquesa de Sévigné, Louise Labé, La Fontaine, Saint-Simon, el cardenal de Retz, muchos otros… Aunque Céline se lamentara de que únicamente sería presentado como seguidor de Sartre, Miller, Genet, Dos Passos o Faulkner.

También nos habla de la necesidad creadora de Céline, utilizando como símil el palo introducido en el agua que hay que quebrar para que parezca derecho. Con ello explica la composición caricaturesca de sus personajes. En Viaje al fin de la noche, por ejemplo, una de las circunstancias que toma de referencia es... (pincha aquí para ver el texto completo y seguir leyendo)


© Ricardo Guadalupe

1 comentario:

Darío dijo...

Me gusta esa idea de la revolución del lenguaje desde el lenguaje mismo, recuperar lo que "se habla" para insertarlo en la literatura. Un abrazo.