García Márquez explicaba que lo que le asombraba y conmovía de Faulkner no sabía si era por lo que contaba de su tierra o por la identificación que él encontraba con Aracataca y su infancia. Y que fue entonces cuando empezó a darse cuenta de lo que podía contar realmente sacado de las tripas y cuando agarró el verdadero camino.
La influencia de Faulkner en García Márquez fue fundamental y quién sabe si éste hubiera creado Macondo de no haber inventado antes Faulkner el condado de Yoknapatawpha, lugar imaginario en el que transcurren varias de sus novelas e inspirado en el condado de Lafayette, donde el autor sureño pasó la mayor parte de su vida.
Precisamente es en Mientras agonizo la primera vez que aparece el condado de Yoknapatawpha, palabra que significaría originariamente en lengua indígena, según Faulkner, “agua que fluye despacio a través de una tierra llana”. Quizás da así nombre a la lentitud de un territorio rural estancado en tradiciones de otros tiempos. Mientras agonizo es un retrato de la América profunda.
Cuando se le preguntaba por la elección del título, Faulkner solía citar de memoria el parlamento de Agamenón a Odiseo en La odisea, libro XI: “Mientras agonizo, la mujer de los ojos de perro no me cierra los ojos cuando ya desciendo a Hades”. Hay quien ha querido ver en la historia de la novela algunos ecos, versión campesina y jocosa, de la odisea homérica, puesto que narra el viaje que emprende la familia de una difunta para cumplir su deseo de ser enterrada junto a sus antepasados en Jefferson, a más de sesenta insufribles kilómetros. Viéndolo de ese modo, Jefferson haría las veces de la Ítaca a la que busca volver Odiseo.
En boca de los personajes las referencias son bíblicas, con varias alusiones. Su propia historia podría ser toda ella una alusión bíblica, si tenemos en cuenta que tras una misión en apariencia carente de sentido obtienen cierta recompensa.
Parece ser que Faulkner la escribió en unas ocho semanas, entre el 25 octubre y el 29 de diciembre de 1929. Y tan escaso tiempo se nota. Encontramos ideas felices, pero poco trabajadas. El lenguaje es descuidado y las descripciones pobres. Y aunque mejore algo hacia la mitad del libro, no se corresponde la escritura de Mientras agonizo con la de un Nobel, premio que William Faulkner recibió en 1949.
Hay que añadir en su debe un ritmo lento y un humor por momentos descontrolado que nos lleva, a incomprensibles y bruscas sacudidas, del relato de corte costumbrista al directamente surrealista.
Por lo demás, hablar del tinte lírico que imprime en diversos pasajes y destacar el continuo cambio de narrador. Llega a emplear hasta 15 narradores distintos. Una técnica muy original, pero que sacrifica el vínculo de cercanía entre el lector y su narrador, algo sumamente atractivo para muchos aficionados a la literatura entre los que me incluyo.
Para cerrar me gusta citar alguna frase que me haya llamado la atención. No me ha sido fácil dar con ella en esta ocasión, al menos en la edición de Anagrama que he leído, la que resulta ser la más fiel a la redacción original del autor. Ha tenido que ser en otra edición donde he encontrado este atinado símil que viene a comparar los más de sesenta insufribles kilómetros que se afanan en recorrer los personajes de la novela con los innumerables años que llevan de retraso respecto al reloj de los nuevos tiempos: “Igual que si el espacio que nos separa se hubiera convertido en tiempo: en algo irrevocable”.
La influencia de Faulkner en García Márquez fue fundamental y quién sabe si éste hubiera creado Macondo de no haber inventado antes Faulkner el condado de Yoknapatawpha, lugar imaginario en el que transcurren varias de sus novelas e inspirado en el condado de Lafayette, donde el autor sureño pasó la mayor parte de su vida.
Precisamente es en Mientras agonizo la primera vez que aparece el condado de Yoknapatawpha, palabra que significaría originariamente en lengua indígena, según Faulkner, “agua que fluye despacio a través de una tierra llana”. Quizás da así nombre a la lentitud de un territorio rural estancado en tradiciones de otros tiempos. Mientras agonizo es un retrato de la América profunda.
Cuando se le preguntaba por la elección del título, Faulkner solía citar de memoria el parlamento de Agamenón a Odiseo en La odisea, libro XI: “Mientras agonizo, la mujer de los ojos de perro no me cierra los ojos cuando ya desciendo a Hades”. Hay quien ha querido ver en la historia de la novela algunos ecos, versión campesina y jocosa, de la odisea homérica, puesto que narra el viaje que emprende la familia de una difunta para cumplir su deseo de ser enterrada junto a sus antepasados en Jefferson, a más de sesenta insufribles kilómetros. Viéndolo de ese modo, Jefferson haría las veces de la Ítaca a la que busca volver Odiseo.
En boca de los personajes las referencias son bíblicas, con varias alusiones. Su propia historia podría ser toda ella una alusión bíblica, si tenemos en cuenta que tras una misión en apariencia carente de sentido obtienen cierta recompensa.
Parece ser que Faulkner la escribió en unas ocho semanas, entre el 25 octubre y el 29 de diciembre de 1929. Y tan escaso tiempo se nota. Encontramos ideas felices, pero poco trabajadas. El lenguaje es descuidado y las descripciones pobres. Y aunque mejore algo hacia la mitad del libro, no se corresponde la escritura de Mientras agonizo con la de un Nobel, premio que William Faulkner recibió en 1949.
Hay que añadir en su debe un ritmo lento y un humor por momentos descontrolado que nos lleva, a incomprensibles y bruscas sacudidas, del relato de corte costumbrista al directamente surrealista.
Por lo demás, hablar del tinte lírico que imprime en diversos pasajes y destacar el continuo cambio de narrador. Llega a emplear hasta 15 narradores distintos. Una técnica muy original, pero que sacrifica el vínculo de cercanía entre el lector y su narrador, algo sumamente atractivo para muchos aficionados a la literatura entre los que me incluyo.
Para cerrar me gusta citar alguna frase que me haya llamado la atención. No me ha sido fácil dar con ella en esta ocasión, al menos en la edición de Anagrama que he leído, la que resulta ser la más fiel a la redacción original del autor. Ha tenido que ser en otra edición donde he encontrado este atinado símil que viene a comparar los más de sesenta insufribles kilómetros que se afanan en recorrer los personajes de la novela con los innumerables años que llevan de retraso respecto al reloj de los nuevos tiempos: “Igual que si el espacio que nos separa se hubiera convertido en tiempo: en algo irrevocable”.
© Ricardo Guadalupe
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