lunes, 3 de noviembre de 2014

Leyendo "La fiesta de los locos" de Joaquín Leguina

Louis-Ferdinand Céline no es sólo un escritor, también es un personaje literario. Ya lo era cuando el propio Céline escribía sobre sí mismo, todavía más cuando son otros escritores quienes lo emplean en sus historias, como hace Leguina en La fiesta de los locos, donde junto a los datos biográficos del Céline real encontramos en perfecto estado de salud al Céline personaje. No es magia, o sí, se llama literatura.

Así lo explica Leguina: “El libro no es una biografía novelada, sino una novela con personajes reales”. Y con varios narradores, casi tantos como amantes tuvo Céline, no en vano la génesis de la novela fue la lectura por parte de Leguina del libro Cartas a las amigas, que recoge una selección de la correspondencia que mantuvo el autor francés con las mujeres que trazaron su mapa sentimental durante los años 30. Es su relación con ellas el hilo narrativo que en La fiesta de los locos nos lleva por la Europa de entreguerras hasta la posguerra y finalmente el fallecimiento de Céline en 1961.

A través de un lenguaje claro y dinámico, Leguina plantea el aparentemente contradictorio y siempre anárquico temperamento de Céline, un torbellino del que se sirve para adentrarnos en otro torbellino, de dimensiones monstruosas, que acabó por engullir al mundo entero causando el mayor desastre conocido en la historia de la humanidad. Sobre los orígenes políticos de la II Guerra Mundial indaga y desvela ciertas claves un escritor que además es político, de hecho esta faceta de Joaquín Leguina eclipsa aún hoy la literaria, fueron muchos años, doce, los que presidió la Comunidad de Madrid. Pero es justo reivindicar la valía de su obra, de buena parte de ella da cuenta Francisco J. Peña Rodríguez en su tesis doctoral La obra literaria de Joaquín Leguina (1985-2006), gran trabajo que cualquier interesado puede leer en Internet.

“Me jodieron bien… al fin y al cabo qué importa. No me puedo quejar… he hecho lo que me ha dado la real gana”, pone en boca de Céline Joaquín Leguina; quién sabe si esta frase con la que de forma tan atinada identificó al personaje podría en nuestros días hacerla suya su autor, considerando la relación por momentos tormentosa que ha vivido con su partido político, concretamente con algunos de sus miembros.

Volviendo al libro, este se cierra con el entierro de Céline y la descripción de la lápida, de la que destaca la reproducción en bajo-relieve de un barco de tres palos y el grabado del nombre y los años en que nació y murió: 1894-1961. Basta buscar una foto de la tumba para comprobar que así es en la realidad. Pero hay algo más, a lo que de algún modo alude la última frase del libro; resulta que bajo el de Céline también está grabado el nombre de su viuda, con el año en que nació, “1912”, seguido únicamente de dos dígitos: “19”. Los hizo grabar ella misma, pensando que no vería el siglo XXI, en cambio tendrá que borrarlos, porque a día de hoy, mientras escribo estas líneas, Lucette Almanzor, la mujer que vivió el destierro de Céline y sus últimos años en Meudon, ¡aún vive! Celebro haber leído La fiesta de los locos, que me ha hecho disfrutar del placer de la lectura y descubrir que una de sus narradoras está entre nosotros, con más de cien años de una vida en la que Céline y la danza han sido la música con la que ha vibrado y bailado, como en aquellos años 30 en los que conoció a su gran amor aún siendo bailarina, cuando comenzó su particular fiesta de los locos.


© Ricardo Guadalupe

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