viernes, 12 de diciembre de 2008

Julio Cortázar (Argentina) / Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda a un reloj

"Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj."

11 comentarios:

Ricardo Guadalupe dijo...

Me viene grande hablar de Julio Cortázar. Hablar de él es hablar de muchas cosas que para mí representa. Pensar en él es imaginármelo como un mago de cuya chistera saca interminables juegos de palabras, expresiones sorprendentes e incluso nuevos lenguajes. Eso fue lo primero que me mostró su escritura: la extraordinaria técnica y habilidad con que manejaba la lengua española, adornándola y enriqueciéndola a través del dominio de la totalidad de los recursos lingüísticos, algo que pude constatar durante el tiempo que estuve trabajando los artículos sobre recursos retóricos que realicé para la radio y que tengo publicados en este mismo blog, puesto que a la hora de buscar ejemplos de autores que emplearan esos recursos su nombre aparecía prácticamente en todos los casos, sólo igualado en número de veces por los de otros dos grandes magos del idioma español: Borges y Quevedo. O Quevedo y Borges.

Es realmente curioso que fuera precisamente este último, Borges, quien apadrinara la literatura de Cortázar, publicándole el cuento “Casa tomada”, el primero de la extensísima lista que llegaría a publicar este especialista en relatos cortos que es Cortázar. Entre ellos le tengo mucha simpatía a “Las babas del diablo”, el cual tuve la oportunidad de revivir haciendo el mismo itinerario que hace su personaje por las calles de París, hasta llegar a la hermosa plazoleta del extremo occidental de la isla de San Luis, una plazoleta que desde el pasado año ya tiene oficialmente el nombre de Plaza Julio Cortázar.

En definitiva, es uno de mis héroes. Y no se me rasgan las vestiduras al reconocer que eso me ha convertido en un fetichista capaz de peregrinar a su tumba, sobre la que, por cierto, está colocada la escultura de un cronopio, uno de los seres que creó en su obra “Historias de cronopios y de famas”, a la que pertenece el relato que he seleccionado esta vez.

En él, y a través del ejemplo del reloj, pone de manifiesto una gran verdad: que el poseer cosas hace que esas cosas también te posean a ti.

gemmacan dijo...

¿Recuerdas cuando Trueba recogió el Oscar y dio las gracias a su Dios, Billy Wilder? Pues yo se las daría al mío, Cortázar, si se presentara la ocasión. Creo que son eso ya queda claro lo que significa ese hombre para mí.
Con respecto a los relojes me siento orgullosa de no llevar ninguno desde hace años, no necesitarlo, y aprender a medir el tiempo -mi tiempo- por detalles ajenos a las manecillas de ese objeto tan impertinente.
Y no sé qué hora es, pero me caigo de sueño, síntoma más que válido para saber que es tarde.

Bona nit!

semifusa dijo...

Es genial el mensaje de este relato. El poseedor poseído por el objeto de la posesión. Y no sólo por el objeto, sino por lo que éste representa, el tiempo.

Y de los relojes de arena, ¿qué pensaba Cortázar?

Un beso, Ricardo. ¡Y ni caso a Inga! (Me refiero a su comentario en la anterior entrada). Una servidora es muy maja, aunque todavía le quede mucho por leer de Cortázar.

gemmacan dijo...

Los relojes de arena son fascinantes, un poco incordiantes en el Pictionary, cuando quedan cuatro granos para que acabes el dibujo, pero algo incómodos a la hora de llevarlos encima para medir el tiempo.
En un pueblo de la costa catalana, hace muchos años, el ayuntamiento puso en una plaza un bonito reloj de sol. Y le pusieron encima un toldo. Aun hoy soportan el pitorreo de la peña cuando al llegar preguntan: Sant Pol ¿qué hora es?
Como se nota, Semifusa, que andamos encerradas en casa un sábado tarde de frío invernal.

Besos!

semifusa dijo...

¡Un reloj de sol cubierto por un toldo! Jajaja...
Lo siguiente en ese pueblo será instalar clepsidras, relojes de agua, en el mar, jaja...

Lúzbel Guerrero dijo...

Un reloj cuenta siempre una historia; el que véis en mi muñeca, también la tiene:
Mi bisabuelo, antes de morir, se lo dio a mi abuelo, junto con muchos consejos; mi abuelo se lo dejó a mi padre, y parecía incómodo al hacerlo. A mi viejo, se le veía contento el día que me lo vendió a mí, era día de carreras en la hípica.

Lúzbel Guerrero dijo...

¡Ups!, se me olvidó citar a Juan Verdaguer como inspiración a mi comentario

gemmacan dijo...

Lúzbel, genial la historia. Jajaja! Buena inspiración la de verdaguer.

Ricardo Guadalupe dijo...

Qué genial todo lo que contáis sobre los medidores del tiempo, y qué irónico, porque efectivamente el tiempo en cuestión no deja de ser algo tan relativo... En fin, el caso es que yo, pobre esclavo del tiempo que nos han impuesto, fui precisamente ayer a comprar un nuevo reloj. Y no encontré ninguna clepsidra de pulsera, tampoco un reloj de sol con toldo (qué bueno, inga, lo que me he podido reír...). Y me planteé seriamente lo de llevar encima un reloj de arena, lo que ocurre es que yo también soy jugador del Pictionary, y claro, me veía con el impulso y la presión de hacer un dibujo a cada vuelta del reloj, y eso no puede ser...
Entonces pensé en algún reloj heredado, de esos que habla Lúzbel y que hoy por hoy me dan tanto yuyu. Además, el único reloj heredado que tengo es un reloj de pared, y verme yendo por la calle con él colgado me recordaba demasiado a los hombres de gris que persiguen a Momo en la novela de Michael Ende.
En fin, que me decidí por un reloj de los normales y corrientes, con la esfera lo más pequeña posible.
Muchas gracias Lúzbel por descubrirme a Juan Verdaguer. Me he reído mucho al leer en la Wiki alguna de sus geniales frases, como aquella en la que dice que tantas veces tuvo que empeñar el violín que al final el hijo del prestamista tocaba mejor que él. Je, je.
Y te digo lo mismo que a semifusa en la anterior entrada, cuento con tu particular locura para alimentar esta otra casa de sueños.
Realmente, inga, tus amigos son peligrosos, quieren hacer creer que los sueños son igual de reales que la televisión y las hipotecas...
Más besos. Y bona tarda.

gemmacan dijo...

Mira, me tienes con una sonrisa así de ancha por tu comentario a los nuestros. Aunque Lúzbel lo sabe bien, no puedo contar aquí en público mi historia con los relojes de pulsera y las muñecas de sus dueños. Algún día, algún día...
Y los sueños, los sueños querido Ricardo, son muchísimo más reales que la televisión y las hipotecas.
Te lo digo yo que me paso el día dormida con los ojos abiertos.
Muchos besos.

semifusa dijo...

Y encima la televisión tiene anuncios, y los sueños no.
¡Besos!