viernes, 26 de diciembre de 2008

Santiago Gamboa (Colombia) / Los impostores (fragmento)

"Me separé de mi segunda mujer, Corinne, treinta y seis años, francesa nacida en Lille, empleada de Seguros Mapfre, agencia Place de Clichy, después de un bochornoso episodio que no sé si me atreva a contar. En fin, haré un esfuerzo. Un día regresé a la casa antes de la hora habitual, pues por una extraña huelga del sindicato de limpiadores, el club de ajedrez del barrio XIV, en el que juego dos tardes por semana, estaba cerrado. Así que llegué, dejé los zapatos en la entrada para no rayar el parquet (exigencia de Corinne) y me serví un vaso de leche descremada para acompañarla con galletas dulces de bajo contenido calórico.
Con el vaso en la mano caminé hacia el estudio, atraído por la música, esperando ver qué hacía Corinne, queriendo sorprenderla o las dos cosas, y al mirar por la puerta entreabierta la vi de espaldas. Pero no me atreví a saludarla, pues noté que estaba en una posición extraña. Curioso. Entonces empujé un poco la puerta y vi el computador encendido. ¿Qué hacía? Se había bajado los pantalones hasta las rodillas y tenía el calzón a la mitad del muslo, con los audífonos puestos. Me acerqué por detrás, dispuesto a darle un golpecito pícaro en el hombro y decirle: "Aquí me tienes, cariño, ¡estoy listo!", cuando vi entre sus piernas una de esas cámaras que se conectan a los computadores. En un acto reflejo levanté la vista y observé la pantalla, cosa que hasta ahora no había hecho, y por poco pego un grito, pues en el cuadrado central había una horrible verga negra de venas hinchadas, y por supuesto una mano que la acariciaba. Una mano, por cierto, con los dedos cubiertos de anillos. Al lado estaban las últimas frases que intercambiaron por escrito antes de bajarse los pantalones y pasar a los micrófonos, y allí, para mi vergüenza, leí de reojo lo siguiente: "Quiero esa verga caliente en mi boca, pisotéame, sodomízame." Sentí una oleada de rabia, pero en ese instante la escuché suspirar, a pesar de los auriculares, era increíble que no notara mi presencia. Se estaba empezando a venir, así que retrocedí. Luego gritó algo que no alcancé a escuchar y, en ese preciso instante, terminó el disco, que para el detalle era El sombrero de tres picos, de Manuel de Falla.
Desconcertado salí de la casa, volví a entrar como si nada y caminé silbando por el corredor. «Corinne, chérie, ¿estás en la casa?» Ella saludó desde el estudio, "¡Aquí estoy, amor! En un momento vengo a saludarte." Yo grité desde la cocina que no había podido jugar al ajedrez porque había huelga de limpiadores, y ella, desde adentro, respondió que lástima, pero que mejor así, pues eso nos permitiría cenar más temprano y ver algunas de las películas de video que habíamos alquilado en Blockbuster. Luego agregó: "Espera salgo de Internet, estoy loca con la investigación ésta sobre las legislaciones de pólizas en Europa." Corinne, ya lo dije, era agente de seguros. Al verla acercarse me derrumbé; por ello debí hacer un esfuerzo sobrehumano que, dicho sea de paso, hizo arder mi úlcera para mostrarme civilizado, cauto, parisino"

2 comentarios:

Ricardo Guadalupe dijo...

No sé si el que el autor de este fragmento fuera una mujer en vez de un hombre cambiaría algo el cómo está contado, lo que está claro es el por qué de la historia: la incomunicación.

Cuántas veces una pareja no se entiende en la cama y ninguno de los dos hace nada por remediarlo. A veces no hay nada que hacer, y entonces efectivamente la pareja se rompe. Pero la mayoría de las veces es la desidia lo que hace que se rompa. Y este fragmento de “Los impostores” que me ha llamado la atención no me extrañaría que estuviera basado en un hecho real, puesto que conozco varios casos de gente que busca satisfacer su deseo sexual a espaldas de la pareja, dejándola así al margen de un aspecto tan fundamental para la vida en pareja como es el sexo.

Recuerdo aquello que decía Woody Allen: “¿Es sucio el sexo? Únicamente si se hace bien”. Pues por ahí va la cosa, es decir, en el sexo no hay obligación de seguir ninguna ley o reglamento, sino que las reglas las pone cada pareja, y eso debería dar cabida a todo aquello que divierta o cause placer a ambos. Y si a uno le atrae, pongamos por caso, el exhibicionismo ante una cámara, pues se habla y se ve si se incluye como nuevo juego erótico a compartir. Lo importante es estar activo también en lo sexual e involucrar a la pareja en ello, como yo entiendo que no puede ser de otro modo.

Y si no, si no se habla, si no hay comunicación, ocurre que cada uno tira por un lado y trata de cumplir sus fantasías sexuales por su cuenta, acudiendo a menudo a terceras personas. Y ya sé que el hombre y la mujer tenemos ritmos diferentes y vías de excitación diferenciadas, pero no por ello debemos de dejar de dar la oportunidad a nuestra pareja de que nos conozca en profundidad en aras de una vida en común plena.

Así que cuidado con los prejuicios, y cuidado también con la perversión, pero, como en todo, hay un término medio que es en el que hay que estar y que es muy propicio para gozar y llegar al clímax.

semifusa dijo...

Uf, vaya cambio de registro al pasar del texto anterior a éste... :)

Lo has explicado muy bien. La desidia lleva a la incomunicación, y ésta a la ruptura.
Pero me temo que la desidia, cuando llega a la pareja, no afecta sólo al sexo. Me cuesta creer que una pareja que se renueva cada día, y está satisfecha en todos los demás aspectos, no lo esté también en el sexual.

Y sonrío releyendo lo que dices acerca de si cambiaría algo el cómo de la narración en el caso de que fuera una mujer la narradora. ¡Yo creo que sí! Y también estoy segura de que en ese supuesto no hubiera retrocedido saliendo de casa y volviendo a entrar. Las mujeres, como dijo Zsa Zsa Gabor, sólo retrocedemos para coger carrerilla.

¡Besos! :)