lunes, 24 de septiembre de 2012

Prólogo para Julio Rodríguez Zavaleta

CONTIGO PERÚ

Mario Vargas Llosa, compatriota de Julio, dijo al recoger el Premio Nobel que al Perú lo llevaba en las entrañas porque en él nació, creció, se formó y vivió las experiencias de niñez y juventud que modelaron su personalidad y fraguaron su vocación. Allí amó, odió, gozó, sufrió y soñó.

Estoy convencido de que Julio Rodríguez Zavaleta firmaría también esas palabras. El Perú es para él Samme, su pueblo, es su familia, es sus hermanos y es la base esencial de su identidad. De manera que el Perú está en su lenguaje y cuando escribe está con Perú, Perú está en los relatos contenidos en este libro.

Y vivir en España no ha debilitado sus raíces. Muy al contrario, igual que a Vargas Llosa, vivir fuera del país donde nació ha fortalecido sus raíces, añadiéndoles una perspectiva más lúcida y nostálgica que diferencia lo sustancial de lo que no lo es y que conserva perenne la llama de los recuerdos.

Yo conocí a Julio en Madrid hace algo más de siete años y su madera de escritor era evidente, por su personalísima manera de observar las cosas y por su talento a la hora de plasmarlas sobre el papel. Con un estilo que recuerda al del gran Juan Rulfo hace participar al lector en sus historias, haciéndole pensar en aquello que no se dice, porque a veces es mejor no decirlo, precisamente para que se piense mejor.

“Desafío”, “De Sudamérica a Madrid” y sobre todo “Atrás de los cerros y en medio del llano” dan viva muestra de ese estilo. En ellos y en el conjunto de los relatos de este libro nos encontramos la mirada y la sangre de quien los ha escrito. Son su espejo, vemos a Julio, su afán de escritor, su mundo y su paso de un mundo a otro, la suma de Perú y España.

Página tras página y con la lectura de los relatos va acortándose la distancia entre el lector y el autor, se va conociendo más a Julio Rodríguez Zavaleta, se va viendo su rostro, se va entrando en su mente. Justo en la misma medida en que el propio Julio fue profundizando en sí mismo cuando los escribió. El lector le conocerá tanto como seguramente el propio Julio se fue conociendo a sí mismo, y eso es de las mejores cosas que se puede decir de un libro literario.

Todos los personajes van configurando de un modo u otro su persona, materializándose en ellos diferentes aspectos que Julio ha volcado para reconocerse, para ver su auténtico reflejo, aquel que más se corresponde con su personalidad. Y el resultado es este espejo que es un libro y que le es tan propio como ajeno. Propio porque emana de él y ajeno porque también será de quien lo lea.

Parafraseando el final de “Un cuento llamado Lelis”, relato sutil donde los haya y por el que es difícil no sentir cierta debilidad, las páginas de este espejo bien podrían hablarle a Julio y decirle, tomándole de la mano: “soy yo, el libro que ha venido a verte, tu libro”. Y el de todo aquel que tome esa mano, cabría añadir.


© Ricardo Guadalupe

2 comentarios:

El Drac dijo...

Ojalá que el compatriota Rodriguez alcance el brillo al cual se aboca. Has pincelado muy bien la perspectiva de su obra y le has indicado entre líneas lo que le falta y le adolece.

Un gran abrazo querido amigo!!

Julio L. Rodríguez dijo...

Muchas gracias, Ricardo amigo mío. Sabes la importancia de este prólogo que es para mí. Sé que te tengo pendiente este libro y unas cañas, y una conversación larga y abrazo fuerte y un desearte toda la suerte del mundo, del que disfrutas ya. Espero cumplir con mi palabra. Gracias, porque has sabido describir con mucha exactitud mi experiencia menor de escritor, mis recuerdos, mis debilidades. Cómo deseo enormemente ver publicado este prólogo en mi libro. Algún día será, y tú lo verás, Ricardo.
Un abrazo y queda pendiente salir de palabreo. Ya sabes, que tienes mi palabra...