domingo, 9 de febrero de 2014

Leyendo "La insoportable levedad del ser" de Milan Kundera

¿Un acontecimiento no es tanto más significativo y privilegiado cuantas más casualidades sean necesarias para producirlo?, nos pregunta Milan Kundera. Afirmando a continuación: “Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla. Tratamos de leer en ella como leen las gitanas las figuras formadas por el poso del café en el fondo de la taza”.

Teresa y Tomás se encuentran en la novela a raíz de seis casualidades improbables. Luego componen la pieza musical de sus vidas a base de repeticiones, como según Kundera hacemos todos, igual que las canciones hacen sonar su estribillo. Ellos vuelven a Praga, como todos volvemos a los lugares queridos, como, se me ocurre, Bobby Fisher volvió a Reikjavik, su estribillo, donde un día consiguiera ser campeón del mundo de ajedrez y donde finalmente fue a morir.

Y así va tomando cuerpo nuestra memoria, eminentemente poética, dice Kundera, expresándolo de este modo: “un mismo objeto evocaba cada vez un significado distinto, pero, junto con ese significado, resonaban (como un eco, como una comitiva de ecos) todos los significados anteriores”.

Pero no todo el libro, ni mucho menos, transmite esta visión poética de la realidad. Muy al contrario, a medida que avanza la novela, pasa a un primer plano su tono existencialista, cayendo en el descreimiento generalizado, dando por entero sentido a su título y quitándoselo a la razón de vivir. Ridiculiza, por ejemplo, el espíritu solidario, y llega a plasmar una ausencia total de fe en la felicidad y en el porqué de las cosas.

Esta crítica alcanza su punto más álgido cuando aborda el comunismo, que ataca de forma feroz. No olvidemos que Milan Kundera sufrió en Checoslovaquia la invasión soviética de 1968 y el exilio en 1975. Precisamente el marco en el que se desarrolla La insoportable levedad del ser, motivo por el que es considerada una obra de referencia para estudiar la disidencia en la Europa del Este durante la Guerra Fría. Y quizás motivo también, en parte, de su repercusión y éxito en Estados Unidos y Europa Occidental.

Además Kundera no se detiene ahí, hace extensiva su animadversión hacia el comunismo al socialismo y a la izquierda política: “¿Dictadura del proletariado o democracia? ¿Rechazo a la sociedad de consumo o incremento de la producción? ¿Guillotina o supresión de la pena de muerte? Eso no tiene la menor importancia. Lo que hace del hombre de izquierdas un hombre de izquierdas no es tal o cual teoría, sino su capacidad de convertir cualquier teoría en parte del kitsch llamado Gran Marcha hacia delante”.

A estas alturas queda meridianamente claro que estamos ante un libro de marcado carácter reflexivo, en el que los personajes ejercen más de excusa que de motor de la historia. Tanto para plantear los temas hasta ahora mencionados como el de la infidelidad, de gran protagonismo a lo largo de la novela y tratado en consonancia con el resto de los temas: desde el frío y cómodo prisma de lo inexorable.

El desequilibrio existente entre la historia y las reflexiones, por las que Kundera se decanta en detrimento de la tensión narrativa, resta mérito a la novela. Pero como contrapartida, el autor premia nuestra lectura con algunos fragmentos de brillante elocuencia. Valga como ejemplo el que voy a citar a continuación y que dirijo especialmente a aquellos que dudan del valor de las manifestaciones e intentan convencernos a los demás de que de nada sirve salir a la calle ante las medidas abusivas de este o cualquier Gobierno:

“Franz tiene razón. Estoy pensando en el redactor que organizaba la recogida de firmas para la amnistía de los presos políticos en Praga. Sabía perfectamente que aquello no ayudaría a los presos. El verdadero objetivo no era liberar a los presos, sino demostrar que aún había gente que no tenía miedo. Lo que hacía era teatro. Pero no tenía otra posibilidad. No podía elegir entre actuar o hacer teatro. La elección era: hacer teatro o no hacer nada. Hay situaciones en las que las personas están condenadas a hacer teatro. Su lucha contra el poder silencioso (el poder silencioso al otro lado del río, la policía convertida en silenciosos micrófonos en la pared) es la lucha de un grupo de comediantes peleando contra un ejército”.


© Ricardo Guadalupe

1 comentario:

Darío dijo...

Es verdad, Kundera pasa de lo poético al terreno árido. A veces se torna denso terminar sus libros, pero creo que vale la pena abordar sus visiones, que tienen que ver con una experiencia bastante traumática. UN abrazo.