lunes, 29 de diciembre de 2014

Leyendo "El Rey de La Habana" de Pedro Juan Gutiérrez

“Su suerte y su desgracia es que vivía exactamente en el minuto presente. Olvidaba con precisión el minuto anterior y no se anticipaba ni un segundo al minuto próximo. Hay quien vive al día. Rey vivía al minuto. Sólo el momento exacto en que respiraba. Aquello era decisivo para sobrevivir y al mismo tiempo lo incapacitaba para proyectarse positivamente. Vivía del mismo modo que lo hace el agua estancada en un charco, inmovilizada, contaminada, evaporándose en medio de una pudrición asqueante. Y desapareciendo”.

Rey es Reynaldo, “un mulato delgado, de estatura normal, ni feo ni bonito, no recordaba haber comido carne jamás”. Criado en la calle San Lázaro, en Centro Habana, un barrio que el autor conoce bien, pues allí es donde Pedro Juan Gutiérrez reside, y así es como lo describió en una entrevista: “Es el downtown, una zona marginal, agresiva, violenta. Me la conozco bien. Lo que he hecho es escribir de mis alrededores, de la gente que me rodea, de mi propia vida aquí”. Lo cual viene a confirmar que la novela está basada en hechos reales, por muy duro que signifique aceptarlo. Yo personalmente lo que recuerdo de Centro Habana, recorriendo precisamente la calle San Lázaro, es la sensación de estar cruzando una zona cero, esqueletos de edificios víctimas de un terremoto o un bombardeo. Más tarde me informé de que San Lázaro también se llamó calle del Basurero, nombre perfectamente adecuado para la idea que el protagonista de El Rey de la Habana tiene de hogar.

Hambre, mendicidad, jineteras, santería, droga, el “tanque” (la cárcel), peleas, balseros, hurto, timo, mercado negro, “bisnecitos” ilegales, muerte violenta, mugre, miseria congénita y sexo, mucho sexo. Todos ellos ingredientes de una novela representativa del realismo sucio. Aderezada además con la jerga cubana de la calle: “Oye, acere, ¿qué volá?”, “No es candanga, papito”, “Qué repinga te pasa”… De “pinga” es de lo único que Rey puede presumir, con ella seduce a su amor, Magda, “una descraneá loca”, jinetera y vendedora de maní.

El Rey de La Habana es un título que funciona como antítesis de la vida del joven Reynaldo, a quien la peor de las suertes le lleva a ser un sin papeles fugado de un correccional. Se le podría rebautizar como El Nihil (nada) de La Habana. No es nada, no es nadie. Y su forma de pensar y actuar es del todo nihilista, niega un sentido superior de la existencia: "¡Pinga Dios! ¡Pinga Dios! Dios no existe ni un cojón. Tú porque vives como una reina. Claro que tienes que creer en todos esos santos y en tus barajas y toda esa mierda. ¡Yo no creo en nada! ¡No creo ni en mí!". En cambio sí es favorable, tal como plantea el nihilismo, a las experiencias puramente lúdicas sin otra perspectiva que el ahora. Reynaldo no sabe nunca en qué día vive. “¿A cómo estamos hoy?”, pregunta varias veces un día por si acaso es su cumpleaños. Rey personifica la afirmación de Heráclito sobre el devenir: panta rei (todo fluye).

De manera que esta novela se puede considerar una crítica social contraria a cualquier tipo de autoridad o artículo de fe. Aunque de igual modo refleja el comportamiento autodestructivo de sus personajes. Quizás sobre todo pretenda reivindicar a los nadie y contradecir su última frase: “Y nadie supo nada jamás”.


© Ricardo Guadalupe

1 comentario:

Aristóteles dijo...

Una buena manera de pasar la Navidad,... leyendo. Un abrazo fuerte para ti.