miércoles, 1 de julio de 2009

La página de guardia

Me metí a guarda jurado porque en la garita podría leer todas las noches. Sólo en algunos momentos, ante la emoción de mi compañero describiendo los palos que había repartido en tal o cual sitio, me sentía obligado a soltar un sonido de admiración mientras pasaba la hoja del libro.
Una noche, después de terminar seis capítulos, Julio seguía sin volver de hacer la ronda; así que decidí mirar de reojo a través de la cámara de seguridad. Allí estaba él, afuera. Tenía el cogote más hinchado que de costumbre y retiraba a patadas unos cartones amontonados en la fachada del edificio.
Cuando de entre los cartones asomó un segundo brazo, la puerta de la garita ya había quedado abierta a mi paso y yo ya oía los quejidos cada vez más cerca. En cuanto nos tuvimos a la vista, Julio se detuvo. Miraba juntando las cejas el modo en que yo, en mi avance, llevaba al frente la porra, sujetada por ambas manos como si se tratara de un cirio. Sus orificios nasales venteaban bien abiertos; y por ahí sentí yo que mi voluntad se esfumaba.
―Apártate de él―dije todavía.
Me hizo caso. Ahora arqueaba la espalda hacia mí.
―Vamos ―empecé; desviando luego la dirección de la puntera de mis zapatos―, ¡Déjamelo a mí!
Agaché los ojos hacia el bulto del suelo, evité a Julio y elegí un muslo semicubierto por un cartón para descargar mi golpe. El consiguiente grito no fue mayor que el mío pidiendo a Julio que me cubriera desde la garita. Esperé durante un pestañeo hasta escuchar alejarse las pisadas de mi compañero, para entonces agacharme y levantar del pavimento una cara ennegrecida, a la que puse delante un billete azul que actuó como calmante. Con la misma cadencia de movimientos, cerré su puño en torno al billete, que quedó teñido entre sus dedos, y le icé por las axilas, sin que pudiera evitar mancharme al acompañarlo a un banco del otro lado de la calle.
Hice tiempo aseándome en el lavabo antes de llegar hasta la puerta entreabierta de la garita. Por la rendija vi algo que me tranquilizó. Julio estaba curioseando el forro de papel de cómic de mi libro.
―El interior es otro ―dije ya dentro con una media sonrisa―, muy diferente.
Se levantó pesadamente, de manera que no me costó esquivarle, agarrar el libro abandonado y darle la espalda en mi silla giratoria.
Un momento después noté en el hombro un cómplice apretón de su manaza.
Callado, me quedé releyendo varias veces la página que tenía delante, sin capacidad para pasarla.


© Ricardo Guadalupe

17 comentarios:

Ricardo Guadalupe dijo...

En un taller de escritura el profesor Eduardo Vilas nos pidió un relato con el que a través de la acción se describiera la forma de ser de un personaje. Escribí La página de guardia. Y a La página de guardia y a Eduardo Vilas les debo un gran descubrimiento que influyó sobremanera en mi escritura y en mi visión y sentir del día a día. Ocurrió que tras leerme este relato me apuntó en un papel el nombre de un autor al que de algún modo le había recordado, ya sea por la temática o el estilo, y a quien leer me recomendaba, puesto que podía ser una referencia para mí, una especie de guía o maestro. El nombre apuntado en ese papel fue Louis-Ferdinand Céline. Y vaya si lo fue y lo sigue siendo! Céline, maestro entre maestros. Uno de mis grandes héroes. A quien más he leído, y el autor que más fuerzas me ha dado.

Pero volviendo al relato, y volviendo a su personaje principal, me gustaría saber vuestra opinión sobre él. ¿Cuál sería vuestro veredicto? ¿Culpable o inocente?

Un abrazo

jimeneydas dijo...

Ni culpable, ni inocente... yo lo definiría más de "comodino", el escándalo no lo deja leer, y además se finge cómplice de la brutalidad para obtener reconocimiento. No ayudó al apaleado, sólo se quitó de encima un elemento de distracción, que no le deja remordimiento, sino sólo una necesidad de limpiarse.

Poli dijo...

Creo que es inocente del golpe al mendigo y culpable del no golpe a su compañero.
En eso se habrá quedado pensando, después del apretón en el hombro? por eso no podía pasar de hoja?


Besos!
gracias por pasar!!

Lydia dijo...

Me gustan las historias cortas, los cuentos que cuentan un instante, una situación y dejan al lector libre. Tambien me gusta este cuento porque el narrador no se interpone, no juzga ni penaliza, simplemente muestra.

Un abrazo,

Lydia dijo...

Hace muchos años leí a Celine, en la universidad. Leí su tan controvertido libro "Voyage au bout de la nuit" que me pareció increible. Pero decidí optar por Proust y siento por Proust lo que tu sientes por Celine.

Hasta pronto!

graze dijo...

Yo diría que inocente por ayudar al mendigo y culpable por querer, al mismo tiempo guardar las apariencias. ¡Me ha gustado mucho! tendré que leer a Luis-Ferdinand Céline... y más de tus relatos ;)

CristinaVR dijo...

No es buena señal tener que ir ocultando, sea lo que sea. Hasta que no se rompe el cascarón de la mentira no se es libre, no se es uno mismo.
Pero... ¿quién vive íntegramente? Todos a veces preferimos ser necios con la gente, que cuerdos, pero a solas.
Yo no osaría condenarle, pero tampoco es un héroe. Me compadezco de su debilidad.
Besos Ricardo, y feliz verano.

Lala dijo...

Creo que la maldad del personaje está en eso de guardar las apariencias. A mi me parece tan terrible como la otra maldad que se muestra sin tapujos. Y a la vez es una actitud de lo más cobarde.
Y bueno, es mi opinión.
El relato me ha parecido crudo, o es que estoy demasiado sensible...


Un besito


Lala

Beatriz dijo...

Ni culpable, ni inocente.
Muy bien escrito.
Como Celine, nos describes una ráfaga de la miseria de la humanidad.
Enhorabuena por el relato y por ser un buen lector.
Un abrazo-

Diana H. dijo...

Muy eficiente tu relato, transmite esa terrible sensación que confunde el alma y los sentidos. Aquí en mi país fue un importante tema de debate eso de la "obediencia debida", de hecho fue el nombre de una ley que eximió de responsabilidad a aquellos que cumplieron con el trabajo "sucio" durante la dictadura. Muy discutida ley, claro. A quién se indultaba, y por qué motivos, y quién puede juzgar...todo muy difícil. Sería una especie de esclavitud, alguien que elige entre la propia seguridad o su vida misma y lo que dice su conciencia. Buen planteo para debatir!
Tu Eduardo Vilas es el de "La asesina ilustrada?" Maravilloso!
Un beso grande.

toupeiro dijo...

Puesto que hace ya algun tiempo que nos devolvemos las visitas he enlazado tu blog en www.Toupeiratoupeiro.es. mi blog más querido.
Hasta pronto

Diana H. dijo...

Perdón por la confusión, Ricardo!... Enrique Vila-Matas es a quien he leído!! Ocurre que aquí los escritores suelen brindar talleres y pensé que era el caso...

pepa mas gisbert dijo...

Como dice Lala lo que es es un cobarde. Por guardar unas apariencias que en principio parecen no gustarle, golpea a un mendigo, aunque finja, y desea buena relación con una persona a la que en principio parece odiar.

Si, un miserable por todo que además hasta parece sentirse bien en su piel.

Saludos, buen texto

ALEX B. dijo...

Espeluznante la cobardía y el mimetismo casi siempre para la postura más cómoda.
Espero que nunca pueda pasar la página.
Saludos.

Ricardo Guadalupe dijo...

Son muchos los apelativos que se ha ganado por vuestra parte este personaje, y ninguno bonito. Yo coincido con vosotros sobre todo al llamarle comodón y cobarde. Es alguien que se lava las manos. Pero, eso sí, no puede pasar página. Y no puede pasar página porque se está preguntando si su interior no se parece en realidad más al forro de lo que él creía. Y es que en mi opinión, y para mí que él empieza a verlo así, uno es básicamente lo que hace y no lo que piensa. Es decir, por mucho que pensemos que somos solidarios o buena gente si en el momento de la verdad no actuamos como tales es que no lo somos, así de claro. Y por supuesto que no es fácil, al contrario, tal como señala Notre Dame es realmente difícil ser íntegro (por cierto Notre Dame, feliz verano para ti también). Ocurre que muy a menudo el miedo nos vence y nos hace estar más cerca de la cobardía que por ejemplo de la solidaridad. Ese es el caso de este personaje, que al menos hace lo que puede, lo que le permite su miedo, que al menos es algo. Luego queda reflexionar y darse cuenta de lo que uno realmente es. Cuanto antes se acepte mejor, tanto para no llevarse a engaños como para poder tomar cartas en el asunto y llegar a ser mejor persona.

Una cosa más respecto al personaje: Estando en un comité de selección de personal en la empresa pregunté a un entrevistado por qué había trabajado de guarda jurado. Me contestó que para poder leer por las noches mientras trabajaba, una respuesta que valoré muy negativamente en el ámbito profesional pero que enseguida me pareció un estupendo arranque para un relato.

Ricardo Guadalupe dijo...

Luzdeana, seguramente las mayores atrocidades a lo largo de la historia se han hecho obedeciendo órdenes, como si el obedecer órdenes se tomara como un eximente de responsabilidad, algo que yo no veo así. Y celebro mucho que haya militares que tampoco lo vean así, como cuando hace unos meses hubo unos pilotos israelitas que se negaron a seguir bombardeando Palestina. Cambiando de tema, respecto a los escritores de profesión que además imparten talleres, también aquí los hay. Yo tuve la inmensa suerte de ser alumno de Jesús Ferrero.

Ricardo Guadalupe dijo...

Lydia, bienvenida. Y gracias por tus comentarios, efectivamente mostrar sin juzgar debe ser un objetivo para todo escritor que se precie como tal o que quiera serlo, desde luego para mí lo es. En cuanto a Proust, es otro de mis héroes. Te diré que uno de mis objetos fetiche, y que estoy viendo ahora mismo, es una pluma de cuervo que cayó en mi mochila mientras le escribía algo a Proust frente a su tumba en París.

Alejandro, discrepo contigo en esta ocasión. La principal arma en toda profesión es la inteligencia, y no la violencia gratuita.

Toupeiro, muchas gracias por enlazarme en tu blog.