lunes, 14 de enero de 2013

Leyendo "El viajero del siglo" de Andrés Neuman

¿Recordáis ese cuadro, icono del Romanticismo, de un hombre de espaldas en lo alto de una montaña? Se llama “El viajero contemplando un mar de nubes”. Y bien podría haber sido la portada del libro del que os quiero hablar: El viajero del siglo.

Se trata de una novela romántica. Pero no exclusivamente en el sentido amoroso del término, sino en toda su amplitud. La historia que nos cuenta rinde homenaje y reivindica todos los principios y valores del movimiento cultural y político que significó el Romanticismo: Ruptura de moldes, búsqueda de la libertad, exaltación de la naturaleza, protagonismo del yo, independencia, liberalismo político, atención a los desfavorecidos, arte instintivo, primacía de la obra abierta e inacabada frente a la concluida y cerrada, revolución de los sentimientos, amor libre,…

Y para ello la narración se sitúa en Alemania, cuna del Romanticismo, en pleno auge del movimiento, que se desarrolló durante la primera mitad del siglo XIX. Así que, por ese lado, podría considerarse una especie de novela histórica. En cambio, por otro lado, la novela coquetea con la fantasía, se hace rodear por un halo de cuento de hadas.

Y no es que aparezcan animales que hablan o brujas pronunciando conjuros, pero sí varios elementos que remiten a la morfología de dicho género. Por ejemplo, y para empezar a enumerarlos, la historia transcurre en un lugar que no existe, Wandernburgo, que además es una ciudad que se desplaza y de la que nadie se va. Los personajes son paradigmáticos, universalmente reconocibles: el rico, el pobre, “la princesa”, el pretendiente foráneo, el amigo,… El famoso “Érase una vez” sería aplicable, puesto que no se definen las fechas concretas de la acción. Y el marco espacio-temporal en el que se mueven los personajes es prácticamente inmune a lo que pudiera ocurrir fuera de él, no hay una influencia directa del exterior, ni siquiera del pasado del personaje principal. Es un relato endogámico.

Particularmente curioso es el último de los elementos mencionados; que el protagonista sea un hombre sin pasado (al menos para el lector), le es muy útil al autor para empezar de cero el relato, aunque ello le vaya a costar que el inicio sea lento. Además, esa falta de pasado del protagonista la va a suplir con otro pasado, el de todos nosotros, el de los cambios que vive Europa a raíz sobre todo de la revolución francesa.

Pero esta mirada atrás y revisión del pasado no impide a la novela transmitir a la vez un espíritu joven e incluso optimista. El tono del libro está dotado de una vitalidad que es de agradecer dado el panorama literario, mayoritariamente agorero. Por otra parte, el pasado siempre aporta la solidez de lo ya ocurrido, y si lo ya ocurrido es el Romanticismo, la referida solidez va a venir acompañada de la distinción y estética de aquella época. Otra ventaja es que un culto traductor como es Hans, el personaje principal, va a destacar antes en aquel entonces que en nuestros tiempos, en los que afortunadamente la cultura está democratizada, algo que, por cierto, hay quienes intentan ahora que no sea así.

Decía que Hans es traductor, como lo es Andrés Neuman, quien justamente el mismo año que comenzó a escribir El viajero del siglo publicó la traducción de un poemario titulado “Viaje de invierno”, obra de un poeta romántico alemán. Blanco y en botella, ¿no? Parece claro que la traducción participó en la gestación de la novela.

Y puede que por ese motivo viera adecuado corresponder y servirse de Hans para celebrar el oficio de traductor. De veras que es contagioso el entusiasmo que vuelca el protagonista en... (pincha aquí para ver el texto completo y seguir leyendo)


© Ricardo Guadalupe

3 comentarios:

Darío dijo...

Mire usted que casualidad. Yo también lo estoy leyendo mientras matizo con Amis. Porque el libro es largo y denso, en el sentido de tener que prestar mucha atención. Me gusta, me gustan las veladas en casa de Sophie y los debates políticos que nos enseñan. Me gusta ese pueblo del que nadie puede irse.
Un abrazo.

Ricardo Guadalupe dijo...

Sí que es casualidad, sí. Ya me contarás qué libro de Amis te estás leyendo, porque puede que volvamos a coincidir...
Un abrazo

Jackie Escobar dijo...

"Este libro es un cofre." La frase más acertada para describirlo. Saludos.