Pocas veces me pondrán tan fácil escribir la crítica de un libro, más que nada porque en su propio contenido hay un fragmento que le viene como anillo al dedo. Únicamente hay que hacer el siguiente ejercicio: cambiar el título Gusanera por el de Historia de un idiota contada por él mismo. El fragmento es este:
“Dije que la obra me había parecido una mentecatez. Que para mí la literatura era la construcción de un mundo coherente en el que la incoherencia tenía su propio lugar como tal incoherencia, pero que en un mundo SÓLO incoherente, como el de Gusanera, era imposible separar las churras de las merinas, o lo que es igual, que su autor no había tenido la valentía o el sentido común de representar su locura en términos artísticos y se había limitado a darla en crudo. Que ésa era la diferencia entre Kafka y una encíclica vaticana, que el primero desea hacerse entender y la segunda OBLIGA TIRÁNICAMENTE a creer. Que ambos, Kafka y la encíclica, pueden estar igual de desequilibrados y por lo tanto de lúcidos ante el desequilibrio del mundo, pero que el primero trata de hacernos ver la NECESIDAD de su locura, en tanto que el otro se limita a IMPONERLA cómodamente”.
Y a modo de ejemplo, las incoherencias que impone cómodamente el idiota del narrador (en alusión al título del libro) son de este calibre:
“Los padres destrozan a sus hijos haciéndoles felices; los amantes se destrozan entre sí haciéndose felices; los sabios se mantienen en una rigurosa ignorancia con el fin de hacer felices a los humanos; los poderosos explotan a los débiles para facilitarles la felicidad; y los artistas chapotean en ese delirio obsceno, buscando fragmentos en el mar de sangre, para exhibirlos en el museo con un cartelito que lleve su nombre”.
Y el colmo de las incoherencias:
“En una excitada discusión, defendiendo yo la estrategia militar de Pfuhl, observé que Susana quedaba en suspenso largo rato, como meditando un movimiento definitivo. Estaba lívida, concentrada, le temblaban las comisuras de la boca. Cuando rompió a hablar su expresión tenía la amargura del llanto y del imperativo: «De manera que la guerra es la gran matriz del perfeccionamiento, ¿no?» Adiviné la nota de amenaza y fui al trapo. «Naturalmente. Eso es lo que opinamos tu Hegel, tu Dante, tu Homero y yo.»”.
Y hay más, muchas más, todo el libro es una incoherencia. Pero como a nadie le gusta perder el tiempo con idioteces os las voy a ahorrar.
Por otro lado, siempre busco rescatar algunas perlas de lucidez en mis lecturas, una tarea que se me ha hecho cuesta arriba en esta ocasión. Quedémonos con la siguiente frase: “«ganar dinero» es la gran excusa metafísica que ayuda a soportar los más abrumadores tedios”. Así es para mucha gente. Y por lo visto, también «escribir libros».
“Dije que la obra me había parecido una mentecatez. Que para mí la literatura era la construcción de un mundo coherente en el que la incoherencia tenía su propio lugar como tal incoherencia, pero que en un mundo SÓLO incoherente, como el de Gusanera, era imposible separar las churras de las merinas, o lo que es igual, que su autor no había tenido la valentía o el sentido común de representar su locura en términos artísticos y se había limitado a darla en crudo. Que ésa era la diferencia entre Kafka y una encíclica vaticana, que el primero desea hacerse entender y la segunda OBLIGA TIRÁNICAMENTE a creer. Que ambos, Kafka y la encíclica, pueden estar igual de desequilibrados y por lo tanto de lúcidos ante el desequilibrio del mundo, pero que el primero trata de hacernos ver la NECESIDAD de su locura, en tanto que el otro se limita a IMPONERLA cómodamente”.
Y a modo de ejemplo, las incoherencias que impone cómodamente el idiota del narrador (en alusión al título del libro) son de este calibre:
“Los padres destrozan a sus hijos haciéndoles felices; los amantes se destrozan entre sí haciéndose felices; los sabios se mantienen en una rigurosa ignorancia con el fin de hacer felices a los humanos; los poderosos explotan a los débiles para facilitarles la felicidad; y los artistas chapotean en ese delirio obsceno, buscando fragmentos en el mar de sangre, para exhibirlos en el museo con un cartelito que lleve su nombre”.
Y el colmo de las incoherencias:
“En una excitada discusión, defendiendo yo la estrategia militar de Pfuhl, observé que Susana quedaba en suspenso largo rato, como meditando un movimiento definitivo. Estaba lívida, concentrada, le temblaban las comisuras de la boca. Cuando rompió a hablar su expresión tenía la amargura del llanto y del imperativo: «De manera que la guerra es la gran matriz del perfeccionamiento, ¿no?» Adiviné la nota de amenaza y fui al trapo. «Naturalmente. Eso es lo que opinamos tu Hegel, tu Dante, tu Homero y yo.»”.
Y hay más, muchas más, todo el libro es una incoherencia. Pero como a nadie le gusta perder el tiempo con idioteces os las voy a ahorrar.
Por otro lado, siempre busco rescatar algunas perlas de lucidez en mis lecturas, una tarea que se me ha hecho cuesta arriba en esta ocasión. Quedémonos con la siguiente frase: “«ganar dinero» es la gran excusa metafísica que ayuda a soportar los más abrumadores tedios”. Así es para mucha gente. Y por lo visto, también «escribir libros».
© Ricardo Guadalupe
4 comentarios:
Sin dudas, la literatura es ejemplarmente democrática. Tan distinta de los dogmas... UN abrazo.
Dar con un libro así debe dar doble de rabia, la normal y la añadida al darse uno cuenta, como escritor, de que escribir y que a uno le publiquen parece cada día otra de esas 'incoherencias'. Habrá que inventar un sistema como en la película Mi novia es una extraterrestre donde la Bassinger leía abriendo por medio y colocando el brazo unos segundos.
La comparación va al pelo, como una vil bajeza por mi parte, me disculpen por incoherente. Un saludo.
Olá Ricardo!
Boa tarde!
Andei ausente por isso demorei aparecer.
Concordo com o primeiro comentário a literatura é um exemplar democrático.
Abraços!
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