"Siempre, siempre te alejas en las tardes
hacia donde el crepúsculo corre borrando estatuas"
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Comentario: Pablo Neruda no es sólo uno de los autores más leídos de la historia de la literatura, sino también uno de los primeros que elegimos en la adolescencia, en plena revolución hormonal. Seguramente sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” y sus “Cien sonetos de amor”, junto a la poesía de Bécquer, hayan sido los textos que más hemos copiado de puño y letra en la época del instituto a la hora de buscar ayuda para expresar esa extraña atención que de pronto nos causaba el sexo opuesto.
Y de ese modo fuimos adentrándonos al mismo tiempo en el universo del propio Neruda, haciéndosenos familiares nombres como el de Matilde, su tercera esposa, y cuyas descripciones yo percibía como si de un mito griego se tratara. Un motivo más para visitar su casa-museo de Isla Negra, un lugar de peregrinaje que yo tengo pendiente y donde yacen los cuerpos de los amantes. Allí también queda patente el otro gran amor de Neruda: El mar; especialmente a través de una colección de mascarones de proa realmente espectacular.
Pero aún hubo más, porque leer a Neruda es leer además su “Canto general” o su “España en el corazón”, y es seguir la eclosión de una persona excepcional preocupada por los problemas sociales y con una muy activa vida política dentro y fuera de su país. Me gusta recordar, por ejemplo, que él promovió la botadura de un barco que trasladó a Chile a dos mil españoles exiliados de nuestra Guerra Civil.
En fin, valgan estos dos versos recogidos en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” para volver a recordarle. Efectivamente, el crepúsculo corre borrando estatuas, en un espectáculo que la naturaleza nos brinda diariamente. Pero las estatuas permanecen, igual que lo hacen personas de la talla de Pablo Neruda.
Y de ese modo fuimos adentrándonos al mismo tiempo en el universo del propio Neruda, haciéndosenos familiares nombres como el de Matilde, su tercera esposa, y cuyas descripciones yo percibía como si de un mito griego se tratara. Un motivo más para visitar su casa-museo de Isla Negra, un lugar de peregrinaje que yo tengo pendiente y donde yacen los cuerpos de los amantes. Allí también queda patente el otro gran amor de Neruda: El mar; especialmente a través de una colección de mascarones de proa realmente espectacular.
Pero aún hubo más, porque leer a Neruda es leer además su “Canto general” o su “España en el corazón”, y es seguir la eclosión de una persona excepcional preocupada por los problemas sociales y con una muy activa vida política dentro y fuera de su país. Me gusta recordar, por ejemplo, que él promovió la botadura de un barco que trasladó a Chile a dos mil españoles exiliados de nuestra Guerra Civil.
En fin, valgan estos dos versos recogidos en “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” para volver a recordarle. Efectivamente, el crepúsculo corre borrando estatuas, en un espectáculo que la naturaleza nos brinda diariamente. Pero las estatuas permanecen, igual que lo hacen personas de la talla de Pablo Neruda.